viernes, 14 de marzo de 2008

Flores y Ruinas

Esto podría considerarse como un intento de fundamentación del título de este blog. Sólo para satisfacer la curiosidad de nadie… Y porque a mí me divierte ensayar esta explicación.

Las Flores, desde siempre, nos han dicho algo. Están allí, como símbolos de lo fugaz de la felicidad y de nuestra propia existencia. Pueden recibirnos con alegría cuando llegamos a este mundo o despedirnos entre lágrimas cuando iniciamos nuestro tránsito al próximo. Pueden traernos la dulzura del amor, o buscar quebrar la coraza del enojo para alcanzar el perdón. Duran poco, pero brillan intensamente durante su breve vida. Arrancadas o cortadas para satisfacer nuestros egoístas deseos de posesión, mueren ante nuestros ojos: arrugadas, secas, convertidas en polvo. A veces las transformamos en recuerdos, aplastadas y guardadas en un libro, mientras nos seguimos aferrando a lo que ya hemos perdido. Es inevitable: nuestros recuerdos son lo único que nunca podrán quitarnos. Siempre será mejor haber conocido el amor o la intensa alegría, aunque los hayamos perdido, que resignarse a la mediocre tranquilidad de no haberlos vivido.

Por eso el fragmento de Poe que da la bienvenida a esta página, y ampliado un poco más dice:

“O craving heart, for the lost flowers
and the sunshine of my summer hours”

(Oh corazón ansioso por las flores perdidas
y el soleado esplendor de mis horas de verano)

Y a éstos, podemos agregar otros versos, pertenecientes a Alfonsina Storni, quien en su poema “Morir sobre los campos” dice:

Porque así moriré sabiendo que el pecado
No es tal; que si en las flores del jardín he libado
¡Eran mías sus flores y arranqué las corolas
Como el mar ha derecho a sacudir sus olas!

Las flores son la metáfora de los momentos trascendentales de nuestra existencia. Intensos, breves, perennes en el recuerdo. Por eso las Flores.

Ahora pasemos a las Ruinas.

La razón, no la sé muy bien. En un determinado momento de mi vida desarrollé una gran afición por las obras del ser humano sobre las cuales el tiempo ha marcado o va marcando la inconfundible huella de la decadencia. Me llama la atención esa vida que ya no está en esos objetos muertos, olvidados, pero sigue narrándonos historias desde cada esquina adornada por telarañas, desde cada mueble bajo sus capas de polvo. En el silencio susurran los fantasmas de vidas pasadas, de mundos extintos antes de que nosotros apareciéramos en escena.

Quizás el punto de inflexión haya sido, allá en mis ya lejanos años de colegio, un poema que me encantaría compartir pero no puedo porque lo he perdido. ¿La explicación? Lo había fotocopiado -de un libro que ya no recuerdo a quien pertenecía- para un trabajo de literatura y, tratando de guardar bien la copia, el abismo de mis papeles terminó tragándoselo. Lo busqué en otros libros, lo busqué en Internet, pero se niega al reencuentro. Se titula “Los ángeles de las ruinas”, y pertenece a Rafael Alberti. Si algún alma caritativa lo tiene y puede pasármelo, le estaré infinitamente agradecida.

Termino dejándoles entonces otro del mismo autor, que también ilustra muy bien la idea de estas ruinas:

Los ángeles muertos

Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.

Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.

En todo esto.
Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.

Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Sobre la crítica y los críticos

Antón Ego, "Ratatouille", Disney-Pixar


Pertenezco a un grupo literario. Un grupo de amigos lectores y escritores interesados en conocer y analizar obras propias y ajenas. Las pocas veces que hemos tenido la posibilidad de interactuar con otros colectivos locales, hemos cosechado -como consecuencia de nuestros comentarios- miradas que expresaban algo muy parecido al “susto”. Y enseguida nos dijeron que somos muy críticos.

Tienen razón: nuestra educación en el Salón de Lectura ha sido prácticamente “manu militari”. Al comienzo fue doloroso para todos, pero pronto nos fuimos acostumbrando. Algunos, al menos; muchos han pasado por este grupo, pero pocos permanecimos. Hoy estoy convencida de que si no hubiera sido por esta instrucción a base de los golpes de la sinceridad, poco o nada habría avanzado en mi camino de letras. No piensen tampoco que sólo había llamadas de atención para nosotros: cuando nos hicimos acreedores de ellos, los elogios también llegaron, e incluso con un sabor más dulce, pues no había duda de que, así como las críticas, también ellos eran sinceros y -sobre todo- merecidos.

Pero determinados incidentes -observados o protagonizados- nos enfrentan a la pregunta de hasta dónde es útil y acertada la crítica. Y en qué momento se convierte en argelería o vanidad. El tema no pasa por el carácter constructivo o destructivo de la crítica. Damos por descontado que la primera, ésa que ayuda al otro a ser cada vez mejor, es la única valiosa. La otra es una mera agresión, indigna de espíritus elevados. Mi pregunta hoy tiene que ver con los límites de la crítica.

Hay dos textos sobre el tema que me gustaría compartir. El primero fue extraído de la película de Disney-Pixar “Ratatouille”, en la cual nos llega a través del personaje de Antón Ego, el implacable crítico de los restaurantes de París. El segundo, pertenece a una obra muy relevante de la literatura latinoamericana: “El túnel”, de Ernesto Sábato.


“La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos: arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio. Prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer. Pero la triste verdad que debemos afrontar es que, en el gran orden de las cosas, cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica. Pero en ocasiones el crítico sí se arriesga, cada vez que descubre y defiende algo nuevo. El mundo suele ser cruel con el nuevo talento. Las nuevas creaciones, lo nuevo, necesita amigos.”


“Pero tengo otra razón: LOS CRÍTICOS. Es una plaga que nunca pude entender. Si yo fuera un gran cirujano y un señor que jamás ha manejado un bisturí, ni es médico ni ha entablillado la pata de un gato, viniera a explicarme los errores de mi operación, ¿qué se pensaría?”


Siendo alguien que trabaja en el mundo de las creaciones artísticas, muchas veces he solicitado una “crítica sincera”, rogando en mi interior que mi obra sea del agrado de mi lector. Es que, como todo acto artístico, la literatura es un intento de comunicación. Y en el tan sencillo pero gratificante “me gusta”, está contenida una confirmación de que dicha comunicación existió. A ese lector que “le gustó” o “se sintió identificado”, el autor logró decirle algo, compartir con él una visión suya del universo y la vida.

Creo que en la crítica, como en todo ámbito de la vida, lo más sano es encontrar un punto medio. Criticar por criticar carece de sentido. Igualmente buscar errores insignificantes donde no los hay o donde ya no tiene sentido introducir cambios, sólo para hacer notar nuestra supuesta pericia en el tema. Igual o peor efecto tiene la adulación sin fundamentos o por mera amistad, cierto. Pero es una falencia muy triste y desmoralizante la tendencia a señalar solamente los errores y lo bueno darlo por hecho, como si el otro tuviera la obligación de hacer siempre bien las cosas. Quizás sea algo cultural, pues existe en todos los ámbitos: académico, laboral, artístico, familiar. Pero eso no implica la imposibilidad de cambiarlo. Es complicado romper con estructuras muy arraigadas, pero con esfuerzo todo se puede.

Por último, hablar de crítica implica trabajo, responsabilidad y compromiso. Para mí, quien tiene autoridad para dar una crítica válida es aquél que se esfuerza, se arriesga y expone al mismo nivel que aquéllos a quienes juzga. Es muy cómodo tener conocimientos teóricos y apoyarse en ellos para emitir juicios sin involucrar el alma propia.

Las verdaderas dificultades no se conocen hasta que uno se mete al campo de batalla. Y desde mi punto de vista, sólo debe remarcarlas quien está calificado para superarlas, o quien -por lo menos- hace el intento de superarlas.

sábado, 1 de marzo de 2008

Las crónicas del segundo viaje

Estos son dos poemas de mi autoría, que obtuvieron el primer premio en un concurso de poesía local, organizado por la Generación de los 90 y Editorial Alfaguara en el 2007. El título de esta entrada es el título bajo el cual presenté los dos poemas.


El viaje

Si quieres saberlo, te lo digo:

Estar lejos, contigo,
es sentir, gélidos en las mejillas,
los otros aires.
Es asomar el alma al vacío errante.

Al vacío de ser
cuanto no se ha querido,
y volverse olvido
antes de haber sido lo amado.

Es aprender a entender
la eterna derrota ante el mismo enemigo
y aceptar la agonía del deseo
como único sendero permitido.

Es cerrar para siempre
las puertas de una casa,
y ofrendar la última flor
ante las verjas oxidadas.

Es un naufragio en aguas ajenas,
mar de cielos grises,
calles de asfalto
y ausencia colectiva.

Estar lejos es hacerse más fuerte,
es valerse uno mismo.
Es crecer más.
Es mirar, fugazmente, a la muerte.



El regreso

Y al final, de nuevo en casa:

Pregunta quién ha vuelto;
y quién se ha quedado
para siempre
en la ciudad del frío
y de los vientos.

Indaga qué parte de mí
permanece en manos
de quien curtió un corazón,
eligiendo
un querer desacertado.

Interésate, descubre
qué he dejado de ser
y en qué me he convertido.
Busca en el fondo de mis ojos
cuanto ya se ha perdido.

Pero olvida las letras borradas
con dulces vinos
y un ignorar amargo.
Escribiré otras nuevas:
no serán mías, tampoco ajenas.

Porque todo ha sido dicho:
las veredas caminadas
ya no existen.
Nadie puede repetir sus pasos,
ser siempre el mismo.

En fin, no me reproches
si esta noche te miro distinto.
Y déjame mostrarte tu error:
ya no vive aquí, aquella
que, alguna vez, habías conocido.


* * *