martes, 22 de abril de 2008

"Ruinosidad"


Escultura en el MNBA


Buscando justificar mi ausencia de estas ruinas fue como llegué al tema de hoy. Es preferible dejar de lado las siempre mal afamadas excusas y entrar de lleno a la reflexión innecesaria, quizás un poco mejor considerada. Aunque más no sea como práctica de futuras letras y ejercicio dialéctico contra la versión malvada de uno mismo.

Probablemente ya todos, aunque sea en algún momento de iluminación escatológica o de angustia existencial, hemos pensado en ello: ¿en qué porcentaje nos definen las ausencias?

Somos conscientes de nuestra presencia en este mundo físico, podemos tocar nuestra piel y ver en lo profundo de nuestros ojos cuando nos detenemos frente a un espejo. Sabemos dónde estamos cuando acabamos de llegar y a dónde vamos cuando ya no podemos esperar a salir. Sabemos con quién hablamos cuando nos escapamos a tomar un café o a cenar en la pizzería del barrio. Conocemos la voz ajena que nos responde al otro lado del teléfono y la pequeña foto en un cuadrito en la pantalla que nos recuerda quién teclea detrás de esa otra lejana computadora cuando chateamos.

¿Y dónde queda ese resto de nuestro mundo que no podemos abarcar desde nuestra existencia limitada por la cruel objetividad de las reglas físicas?

Ahora doy la razón del título de este artículo. Cuando estábamos en el secundario, viajamos con el grupo a visitar las Ruinas de Humaitá, vestigios de la guerra de la Triple Alianza, la que hizo trizas de un país que hasta hoy no aprende a renacer de las cenizas. Los restos incompletos de la iglesia nos dieron la idea de la magnitud que habrá exhibido cuando estuvo completa. No hacía falta ver el todo. Era mucho más sorprendente imaginar aquello que la completaba.

Nosotros somos también nuestras ausencias. El todo de nuestra existencia se vislumbra desde los pedazos. Lo que en el momento exhibimos, puede dar al observador apenas una idea, la oportunidad de imaginar una totalidad que quizás hasta nosotros mismos desconocemos.

Todos nos merecemos la oportunidad de ser no solamente lo que mostramos. Tenemos el derecho de llevar con nosotros nuestras ausencias, sin sucumbir a la exigencia de dejar que los muertos entierren a sus muertos. Somos arcilla moldeada por cada uno de nuestros ancestros. Somos lo que cada uno de nuestros amores fallidos ha esculpido. Somos el millón de historias que se esconden detrás de cada una de nuestras sonrisas.


Ya ves, querías
olvidar de qué ausencia estabas hecho
y su voz ha venido
de pronto a poblarte el alma de senderos.
José María Gómez Sanjurjo.


P.S.: Lean sobre un gran poeta y conozcan su obra.